Foto: El Correo de Andalucía
Foto: El Correo de Andalucía
Esta madrugada, la ciudad de Jerez y el mundo taurino han perdido a una de sus grandes figuras: Álvaro Domecq Romero, rejoneador, ganadero y fundador de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, falleció a los 85 años.
Domecq, nacido el 8 de abril de 1940 en esta ciudad gaditana, llevó una vida marcada por la tradición del toro y el caballo. Debutó como rejoneador en 1959 en la plaza de Ronda y tomó la alternativa en 1960 con su propio padre, el también mítico Álvaro Domecq Díez.
Su carrera en los ruedos fue brillante, aunque en 1966 sufrió una grave cogida que casi lo aleja definitivamente del toreo. Pero su pasión pudo más, y en 1969 regresó con fuerza, llegando a torear en América y formando parte de la famosa generación conocida como los “Jinetes del Apoteosis”, junto con los hermanos Peralta y José Manuel Lupi.
Foto: Diario de Jerez
En 1985 cerró su etapa como torero en una corrida de despedida en su querida Jerez.
Pero Domecq no fue solo un rejoneador. Fue un visionario: en 1973 fundó la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, institución que se convirtió en un símbolo del caballo andaluz en el mundo.
Como ganadero, dirigió la ganadería Torrestrella, uno de los hierros más reputados, que crió en la finca Los Alburejos hasta 2020.
Su trayectoria fue ampliamente reconocida: entre sus distinciones figuran la Medalla de Andalucía (2024), el título de Hijo Predilecto de Jerez, la Medalla de Oro de la Asociación de Escuelas Taurinas de Andalucía y el Premio Caballo de Oro, entre muchos otros.
Las reacciones por su muerte no se han hecho esperar. El Ayuntamiento de Jerez ha decretado dos días de luto oficial. La alcaldesa, María José García-Pelayo, ha transmitido su pesar y ha destacado que “hoy Jerez pierde parte de su historia y de sus raíces. Su legado será eterno.”
Foto: Diario de Jerez
En su funeral, celebrado en la Catedral de Jerez, la Real Escuela rindió un homenaje muy especial: una comitiva con jinetes y doce caballos acompañó su féretro por calles del casco histórico, en un gesto que refleja la profunda huella que don Álvaro dejó en su ciudad y en el mundo ecuestre.
Desde la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia, se le recuerda como “una leyenda viva de la ganadería y de la cultura española”.
El mundo del toro y del caballo pierde a un pilar fundamental, pero su obra —la escuela, sus caballos, su ganadería— perdurará como legado vivo.